Varios cientos de personas se dieron cita anoche para rendir homenaje a Paco Tito, el alfarero que ha elevado la cerámica ubetense a la categoría de arte y que con su trabajo ha paseado el nombre de Úbeda por medio mundo. Entre aplausos y abrazos, muchos abrazos, de esos que sólo saben dar los buenos amigos, se conmemoraron sus 65 años como alfarero. Porque en el caso de Paco Tito (22 de diciembre de 1943) cada año de vida cuenta como un año de oficio. Ambas cosas, vida y oficio, en él han ido siempre de la mano y se han enriquecido juntas de experiencia, de sabiduría.Así, ayer no sólo se rindió homenaje a Paco Tito. También se reconoció a Francisco Martínez Villacañas. Porque, conforme iba creciendo la persona en cuerpo y espíritu, crecía también el alfarero en su arte y dominio de una disciplina artesanal noble y arraigada a la tierra, como la materia prima que utiliza para dar forma a su obra.Teniendo todo esto en cuenta, no es extraño que Paco, siempre que intenta visualizar sus más lejanos recuerdos, se vea con un pegote de barro en la mano. «Todo el rato estaba modelando, haciendo esculturillas que utilizaba como juguetes», comenta con la mirada perdida antes de enfocarla nuevamente a un punto concreto de su alfar por el que se cruza en ese momento, correteando, uno de sus cuatro nietos, Tito, viendo como sus recuerdos parecen cobrar vida. Sin duda, se ve reflejado en él, y más aún si le ve las manos manchadas de arcilla, y es a él a quien ahora hace esos juguetes.Sobre su juventud, la recuerda sentado en la rueda (o el torno), incluso antes de llegar a darle patadas (en ese momento no había motores eléctricos y se la hacía girar con la fuerza de una pierna). «Cuando consigas hacer una cantarilla del apero, todo lo demás vendrá sólo», le repetían sus mayores. Y efectivamente fue así. Y a esa cantarilla le siguieron miles de cacharros (así le gusta llamar a las piezas que entonces eran de uso cotidiano y hoy son cotizados objetos de decoración).El hecho es que, mirando hacia atrás, se siente satisfecho de muchas cosas. En lo humano, por supuesto, de su familia y del capital que ha reunido en amigos. Y en lo material, de todo lo logrado profesionalmente. Aunque reconoce que cuando ve algunas obras pasadas no puede evitar analizarlas con la mirada del presente y pensar que se podían haber hecho mejor, por otro lado dice estar seguro que en el momento en que las realizó puso todo su esmero y conocimiento.En toda su trayectoria existe un punto de inflexión, un momento que da un giro de tuerca más a su prolífica obra: el día en que se le ocurrió modelar un Quijote. Aunque de joven ya había dado forma a alguno, dada su fascinación por la obra de Cervantes, siempre fue consciente de que había que tratar al personaje con dignidad. El momento llegó, y su colección de esculturas en miniatura con diferentes escenas de la vida novelesca del hidalgo caballero le abrió decenas de puertas, le hizo viajar más que nunca, le dio grandes satisfacciones y le recompensó con el elogio generalizado del público.Efectivamente, entonces se confirmó lo que venía sucediendo desde hacía tiempo, y es que llegó el momento en el que Paco Tito dedicaba ya más tiempo al modelado que a los cacharros.Así, entre escultura y cacharro, entre nuevos retos y proyectos, tuvieron que pasar algunos años más hasta que vio cumplido otro sueño: tener su propio museo con piezas suyas. Se trata del Museo de Alfarería Paco Tito ‘Memoria de lo Cotidiano, inscrito en el registro de museos de la Junta de Andalucía y en el que recopila, entre otras muchas cosas, reproducciones de las piezas tradicionales de la alfarería ubetense. Y todo ello enfocado de una forma muy didáctica.Pese a todo lo logrado, le queda mucho por hacer. «Me faltará vida para dársela al barro, no lo dudes; me jubilaré un momento antes de morirme». Y con estas palabras, Paco se queda sólo mientras oye a su hijo Pablo, abajo, trabajar en el torno, y vuelve a ver a su nieto Tito correteando. Pero esta vez su mirada está clavada en la escultura que realizó a su padre, Pablo Tito, el origen de la saga, y se reconoce hasta en la postura, sentado en su silla de enea. Y mientras lo observa sonríe porque sabe que, esté donde esté, debe estar satisfecho. Igual que él lo estará, más pronto que tarde, cuando su nieto consiga hacer su primera cantarilla del apero.

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